Foto: P. Famolir

El ‘nuevo’ Eusebio Cáceres

“Sólo pido que la salud me respete y que las lesiones me dejen tranquilo”. Eusebio Cáceres (Onil, Alicante, 10/09/1991) ha repetido este deseo hasta la saciedad durante prácticamente cinco años. Un lustro, desde 2014 hasta 2018, en el que el saltador de longitud de Onil encadenó un sinfín de desgracias. Problemas en los isquios, en la espalda, en la cadera, en los abductores, en los tobillos… “Pese a todo, nunca pensé en abandonar. Hubo momentos de desesperación, de desesperanza y de impotencia, por supuesto. No obstante, jamás tuve la tentación de rendirme. Es más, no sé de dónde sacaba las fuerzas, pero cada lesión me obligaba a reinventarme, a introducir cambios en mi técnica. Al final, ya no sabía ni lo que hacía”, recuerda, no sin cierta amargura, el deportista alicantino.

Por fortuna, ese quinquenio oscuro y tenebroso ya pasó a la historia. 2019 fue el año del resurgimiento. Más que por resultados y por marcas, que también, por la recuperación de su plenitud, por el reencuentro con la salud, por el redescubrimiento de las mejores sensaciones. Lejos quedan aquellos dos fogonazos que lo situaron como una de las grandes esperanzas del atletismo español. En 2010, se proclamó subcampeón del mundo sub-20. En 2013, alcanzó la medalla de oro en el Campeonato de Europa sub-23 con un espectacular brinco de 8,37m. Ese mismo verano, y tras firmar un sensacional concurso, acabó cuarto en el Mundial absoluto de Moscú. El alicantino llegó hasta los 8,26m. Se quedó a tan sólo un centímetro del bronce y a 3, de la plata. A partir de ese momento, Eusebio se adentró en su particular calvario.

P. Falomir / Athletic Timestamp

Tras no competir en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, el atleta alicantino descubrió que necesitaba un cambio radical. Una especie de todo o nada para escapar de la atonía y la indiferencia. Para apostar por la reinvención y la reconstrucción. También, para someterse a un seguimiento médico más continuo y exhaustivo. Por ello, abandonó a su Onil natal y a sus entrenadores de toda la vida. Por ello, decidió iniciar una nueva etapa en Madrid y ponerse en manos de Juan Carlos Álvarez, un sabio de acreditada experiencia y prestigio, un mago acostumbrado a sacar lo mejor de sus pupilos. En 2017, y todavía con dolores, participó en el Europeo de pista de Belgrado, donde rozó el pase a la final (fue noveno en la calificación, a tan sólo un centímetro del octavo finalista) y en el Mundial al aire libre de Londres, donde cometió tres nulos en la jornada clasificatoria. En 2018, acudió al Mundial bajo techo de Birmingham, certamen en el que concluyó en la octava plaza, gracias a un salto de 7,91m. Por el contrario, no pudo competir en el Europeo de verano de Berlín. Una vez más, por razones físicas. De nuevo, por las malditas lesiones.

Así, hasta el curso 2019. La temporada en la que, por fin, pudo disfrutar del bien más preciado al que aspira todo deportista: estabilidad, continuidad, salud, plenitud... Eusebio ha vuelto a sentirse atleta. Ha dejado atrás los sobresaltos. En marzo, estuvo en el Campeonato de Europa de pista cubierta de Glasgow. Aunque sólo hizo un salto válido, fue cuarto, a cinco centímetros del bronce. Ya durante el verano, en agosto, logró una gran marca, 8,19m, en el Memorial Diego Barranco de Soria, donde llegó hasta los 8,33, aunque con viento ilegal. Así, hasta el Mundial de Doha, donde firmó una excelente séptima plaza con un salto de 8,01m, una posición y un registro que le acercan considerablemente a los Juegos Olímpicos de Tokio, cuya mínima es 8,22m. 32 saltadores tomarán parte en la cita olímpica. En estos momentos, el alicantino se encuentra virtualmente clasificado mediante la vía del ranking World Atlhetics. En diciembre, retomará el camino hacia Tokio. Por fin, sano.