Otra vez, al palo. Otra vez, a las puertas de los metales. Otra vez, cerca de la gloria. Por tercera vez en el último año y medio, Quique Llopis acarició el podio en un gran certamen universal. Parece abonado a la cuarta plaza. Ocurrió en marzo de 2024, en el Campeonato del Mundo en pista corta celebrado en Glasgow. Sucedió en agosto de 2024, en los Juegos Olímpicos de París. Y ha vuelto a acontecer hoy, en el Mundial al aire libre de Tokio. Una vez explicado el contexto, se impone la comparación entre París y Tokio.
En poco más de un año, un deportista de la Comunitat Valenciana ha rozado, por dos veces, un podio universal en los 110m vallas, una de las pruebas más apasionantes del atletismo. Algo así como la combinación perfecta de explosividad, fuerza, técnica y coordinación. Ambos hitos son asombrosos, fascinantes, portentosos. Son hechos históricos. Efemérides para la posteridad. Pese a su juventud, Quique Llopis ya es leyenda del deporte valenciano.
Puede dar rabia. De hecho, la da. Mucha. Pero nunca, tristeza. Nunca, decepción. Nunca, sensación de vacío. Pese a acariciar el bronce, no caben los lamentos. Todo lo contrario. Orgullo y celebración. Satisfacción y felicidad. Reconocimiento y admiración. Estamos ante otra conquista descomunal. Una cuarta plaza en un Campeonato del Mundo al aire libre no puede saber a poco. Llopis compartió final con las mayores estrellas del momento en los 110m vallas. El simple hecho de ser uno de los ocho elegidos ya conmueve, ya provoca escalofríos. De hecho, con respecto a la final olímpica, sólo repetían tres atletas. Además, se quedó a un suspiro, a un pestañeo, del podio. El atleta de Bellreguard se consolida en la aristocracia, en la nobleza del atletismo internacional.

El deportista FER, de 24 años, paró el crono en los 13 segundos y 16 centésimas. Con viento legal, es su segundo mejor registro en este aire libre de 2025. Sólo cuatro centésimas le separaron del bronce, el jamaicano Tyler Mason (13:12). La plata correspondió al también jamaicano Orlando Bennet (13:08). El nuevo campeón del mundo es el estadounidense Cordell Tinch, el gran favorito en todas las apuestas. De hecho, volvió a rebajar la frontera de los 13 segundos (12:99).
Se hace el silencio. Respiración contenida. Pulsaciones aceleradas. Suena la pistola. Se dispara la adrenalina. La excitación. Al igual que en los Juegos de París del pasado año, a Quique volvió a penalizarle la salida de los tacos. Su puesta en escena no fue la mejor. A diferencia de la final olímpica, su desempeño en Tokio es más pulcro. De hecho, no roza ningún obstáculo. A mitad de la prueba, en plena progresión, ya está en condiciones de soñar con casi todo. No, con la victoria, porque Cordell Tinch parece tener prisa y es un cohete inalcanzable, pero sí, con el podio. A falta de tres vallas, Llopis está prácticamente emparejado con los dos jamaicanos, Bennet y Mason, y con el japonés Muratake. Cuestión de cara o cruz. En la agonía final, acaba cuarto, pero con mejor marca que en París (13:20 vs 13:16) y más cerca del podio (en 2024, a 11 centésimas; esta vez, sólo a cuatro). Otra vez, al palo. Otra vez, casi. Otra vez será.
Llopis se debatirá entre la impotencia y la satisfacción. Entre la rabia y el orgullo. No debe de ser fácil asumir tres cuartas plazas (una en pista cubierta, dos al aire libre) en apenas un año y medio. Pero, como suele ocurrir en estos casos, será el paso del tiempo, con las emociones reposadas, cuando Llopis valore lo conseguido. Que es mucho. Y, sobre todo, muy emocionante. El deporte valenciano es un afortunado de contar con una estrella como Quique Llopis. Y, sobre todo, de mantenerlo en la terreta.