Ocho días llevo en Tokio, pero tengo la impresión de que son muchos más. Por prudencia, tenemos que limitar nuestros movimientos. Por ello, es inevitable una cierta sensación de monotonía. Más allá del momento siempre especial de la ceremonia inaugural, de los entrenamientos, de las comidas y cenas en el inmenso espacio que ejerce de comedor, y de algunas incursiones (las justas y necesarias) en el gimnasio de la Villa, la mayor parte de las jornadas transcurre en la habitación. Charlas con mi inseparable Elsa y con mi entrenador, Sebas, algún libro, mucho ordenador y mucha interacción, vía telefónica, con mis familiares. Vamos, lo que ya me imaginaba. Como el calor. Húmedo y pegajoso. En los entrenamientos y en los partidos, sudo de lo lindo.